Céline Aulit – Un entusiasmo en-cuerpo
Como nos lo confirma el número “Cerveau et Psycho” consagrado al autismo, la genética se reivindica como la principal causa del autismo: “el autismo se debe sobre todo a la presencia de genes mutados en las personas afectadas” (1).
Los científicos detectan ochenta y cinco genes asociados y más de seiscientos en curso de evaluación. Aprendemos, al sumergirnos en este informe, que para que aparezca un síntoma autístico, es necesario que varios de estos genes padezcan una mutación, es decir, que los nucleótidos que los componen sufran ciertas variaciones, variaciones que, por otra parte, son comunes en la población denominada “normal”, dado que es precisamente esto lo que hace la diferencia entre los seres humanos a nivel del ADN. Entonces, por qué atribuir el autismo a estas variaciones si éstas últimas, no sólo son la herencia de todos, sino que además, los científicos reconocen que “cada mutación tomada de manera aislada participa muy poco en los síntomas autísticos”.
Lo que, evidentemente, sigue siendo muy enigmático es la razón por la cual en algunos individuos se producen varias mutaciones, heredadas o no, de forma instantánea para obtener resultados concluyentes en cuanto al diagnóstico de autismo.
Cabría preguntarnos si estas mutaciones no son la consecuencia de otros fenómenos.
En efecto, se explica que a nivel neuronal, cuanto más un circuito es utilizado, más se refuerzan las neuronas y las sinapsis que lo constituyen. Sin embargo, cuando trabajamos con sujetos autistas, nos confrontamos a la propensión a la repetición de ciertos circuitos o a la evitación de de ciertas situaciones. ¿No podríamos, por consiguiente, dar vuelta la hipótesis diciendo que lo que se constata en el cerebro es en realidad un trazo en el cuerpo de los síntomas propios del autismo?
De estas investigaciones surge la propaganda de las técnicas que vendrían a responder a estas disfunciones sinápticas, protocolos válidos para todo autista. Se trata de reforzar ciertos circuitos neuronales pasando, por ejemplo, diez años a contar a un niño la misma historia con el fin de que ciertas conexiones puedan finalmente hacerse y que el niño dé señales de que ha comprendido el sentido de la historia. ¡Está claro que nuestros objetivos no tienen nada en común! Donde el psicoanálisis busca el surgimiento de un sujeto que inventaría su lugar en el lazo social, los neurocientíficos apuntan a rectificar su funcionamiento neuronal. La vida psíquica del autista no es asunto suyo. ¡Que se diga y se saquen las consecuencias! ¿Quién tendría la idea de pedirle a su cardiólogo que se ocupe de su vida psíquica? Nadie. A cada uno su trabajo.
Estas prácticas eliminan toda dimensión de sujeto y, por lo tanto, toda posibilidad de encuentro. No obstante, provocar las condiciones del encuentro, es precisamente el trabajo del psicoanálisis, como nos lo recordaba Laurent Dupont, que señalaba, en una reciente jornada sobre el autismo en Bruselas, el entusiasmo de numerosos intervinientes que se comprometen con su cuerpo en el encuentro para hacer surgir una invención del sujeto ahí donde justamente el cuerpo de los autistas se inscribe difícilmente en el espacio.
Hemos visto que en lugar de intentar que todos entren en el mismo protocolo, el psicoanálisis se interesa en aquello que tienen de más íntimo, a menudo un objeto que les permite empezar a hacer operaciones sobre el borde, objeto entre el clínico y el niño que permite que un lazo pueda advenir.
Traducción: Micaela Frattura
- Cerveau et Psycho, diciembre 2018