Olga Montón – ¿Optometrista conductual? Qué!!!

Una madre me consulta sobre su hija de 8 años. Le han hecho unos test en el colegio y la recomendación final es que acuda a un “optometrista conductual” para que valore y establezca un diagnóstico definitivo y un posible plan de actuación. Las conclusiones del test si bien son, para las pruebas orales y de lectura, en rangos de normalidad, incluso superior a la media, muestran en la escritura “una ortografía natural no adecuada o aún sin adquirir adecuadamente; así como un elevado numero de errores de ortografía arbitraria en cuanto al uso y aplicación de las reglas normativas de ortografía”. La madre, alertada por la orientadora escolar, acude preocupada pensando que su hija tiene un déficit que hay que subsanar.
La introducción de las TCC en el mundo educativo, basadas en los mecanismos de aprendizaje instrumental: estimulo-respuesta-refuerzo, llevan al desconcierto a los profesionales de la educación. Como vemos en la película “Inside Out”, que trata de las emociones y la facilidad con que los personajes consiguen controlarlas a golpe de botón sobre los neurotransmisores y que trasmite una idea educativa terrorífica: ser adulto y ser feliz pasa por el control, el aprendizaje y la modificación de sentimientos y pensamientos.
Pretenden suprimir este “trastorno” actuando sobre el mecanismo desencadenante y modificarlo a través de determinados protocolos, a modo de manual de un electrodoméstico. Hacer que el ser humano sea equivalente a su cerebro. Este “deseo de control” es un deseo que rechaza el inconsciente, que rechaza lo contingente, lo que se manifiesta allí donde no se lo esperaba y que suscita la sorpresa.
Además del “profesional del déficit”, en el colegio le recomiendan una pagina web con un programa de refuerzo de la ortografía. Nada de poner en juego la singularidad que la escritura manual permite a cada uno expresar, con su forma, lo más propio. Nada de sostener este impasse en el aprendizaje, este escalón que permitirá ver cómo el sujeto responde ante “la falta de ortografía”, ante este momento subjetivo donde el sujeto construye su singularidad, su síntoma, frente a las dificultades de la vida. Cualquier otra intervención desde el “Optometrista conductual” fijaría este hecho como un déficit, no respetando los tiempos subjetivos de cada uno. En la creencia de que el ser humano es una máquina que procesa información y que todos los sujetos en formación tienen que responder a esa “media estadística”, tirana, que nos marca el déficit, mandan a esta niña a un cognitivista que identifique, evalúe y restablezca el proceso de “volcado de información” sobre su cerebro-ordenador. Niña que, por lo que me cuenta la madre (y los test), tiene un dominio absoluto y comprensivo de la palabra hablada y leída.
Los centros educativos son un espacio para alojar las invenciones de los alumnos. Y alojar la invención es tanto para los docentes cómo para los niños. En los docentes es necesario un discurso que autorice, que invite, que promueva la invención y que ese discurso sea garantizado por una persona encarnada.
Lo interesante es tomar en cuenta la manera en la que cada sujeto trata de arreglárselas con el lenguaje dentro de su universo y qué va a poder inventar con lo más íntimo, lo más singular.
¿Qué supone para esta niña la falta? Pregunta que queda en suspenso a la espera de su respuesta singular y subjetiva. Hay que darle tiempo y espacio, sin poner el foco en “el déficit”, para que ella misma encuentre su respuesta frente a la oferta educativa que el docente debería sostener.