Gabriela Medín – Dejémonos enseñar por EL Bosco

#

La ilusión de localizar la locura en el cerebro no es algo nuevo, es una ilusión sostenida a lo largo de la historia de la humanidad. La tradición popular en la Edad Media suponía que la locura estaba localizada en una piedra en el cerebro.  Sin embargo, una vez más, los artistas nos enseñan. En aquella época, en una obra que data de 1501-1505, El Bosco nos advertía del engaño que conlleva esta ilusión.

En su óleo “La extracción de la piedra de la locura”, el artista plasmó la imagen de un neurocirujano extrayendo la famosa piedra del cerebro del paciente. Si prestamos atención a los detalles, vemos que el supuesto neurocirujano lleva un embudo invertido en la cabeza a modo de sombrero. El embudo es el símbolo del engaño, poniendo en evidencia que el supuesto cirujano no es más que un charlatán, un estafador. Hay otros detalles reveladores como que su bolsa está atravesada por un puñal indicando su objetivo de engañar para obtener dinero, lo que extrae es una flor (un tulipán) y la leyenda que aparece escrita en el cuadro dice Meester snyt die Keye ras, myne name is Lubbert Das, que significa Maestro, extráigame la piedra, mi nombre es Lubbert Das. Lubbert Das era un personaje satírico que representaba la estupidez. Viene a decir «mi nombre es tonto».

Con maestría nos advierte El Bosco de la necedad humana, tanto en el intento de localizar la locura en el cerebro como de sostener la ilusión de la posibilidad de eliminarla. Esta voluntad de eliminar la locura no es otra cosa que el rechazo de la diferencia, de la singularidad, en pos de un universal de normalidad. La actualidad de esta voluntad está representada en el intento a través de la simplificación y el marketing de reducir la singularidad humana a un funcionamiento neuronal, biológico. Este intento es una forma de tratamiento contemporáneo del malestar subjetivo con el propósito de maximizar y efectivizar el funcionamiento propio del discurso capitalista.

Los psicoanalistas, sin embargo, sabemos que el síntoma es la respuesta del sujeto al malestar y que no se trata de localizarlo para eliminarlo sino de tratarlo con la dignidad que merece en tanto se trata de una solución para ese sujeto.

Lo practicamos y transmitimos, día a día, en la clínica con niños y adolescentes con una afectación real en el cerebro. Con estos niños comprobamos la diversidad de respuestas, la diversidad de síntomas y la riqueza del parletre para arreglárselas con el real que le toca, en el cuerpo y en la vida. Sólo acompañando a cada sujeto (la madre, el padre, el niño) a bordear lo que ese real supone para él/ella podemos contribuir a hacer la vida más vivible.

En la clínica podemos comprobar y transmitir que no hay una localización para la subjetividad, no hay una localización para la locura, aún cuando el cerebro sea una parte importante de nuestro cuerpo crucial para nuestro funcionamiento mental.

Es sólo a partir de renunciar a hacer uno del cerebro y el psiquismo, es sólo a partir de renunciar a la unidad y aceptar que la naturaleza está perdida para el hombre, que nuestra biología está atravesada por el lenguaje, sólo a partir de ahí podremos sacar partido de los avances impresionantes que la ciencia está produciendo. Los neurocirujanos, los neurólogos que trabajan día a día con enfermedades graves, que en muchas ocasiones salvan vidas y se preocupan por cómo continúan esos niños y esas familias en su día a día, son testigos de la importancia de la palabra y de la diversidad del modo de respuesta singular que muestra que no hay un destino marcado únicamente por la lesión cerebral y la biología. Es sólo a partir del reconocimiento de lo imposible de unificar y de las diferentes competencias entre neurocientíficos y psicoanalistas, que una interlocución es posible.

Print Friendly, PDF & Email