Araceli Teixidó – Cuando el inconsciente está en el cerebro, el sujeto es la pérdida

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Dos significantes tienden a converger en el discurso cientificocapitalista: cerebro e inconsciente. El Congreso Pipol 9 los recoge puntuando la disyunción entre ambos: “nada que ver”. Ahí es donde pondremos nuestro esfuerzo.

En su movimiento imparable, la neurociencia, aliada al discurso capitalista, recoge todo aquello que parece disentir, lo que señalaría sus grietas, para fagocitarlo en un nuevo éxito de su negación de la pérdida. Actualmente: el inconsciente sería localizable en el cerebro. Neurotransmisores y hormonas son la explicación a todo mal y a todo bien. Está triste: se trata del fallo de un neurotransmisor. Se enamoró: es porque se produjo la liberación de una hormona. Se encuentra deprimido: por supuesto, se trata de la disfunción provocada en el cerebro después del ictus.

Es un discurso muy seductor por el que se asegura que nada se pierde, todo puede ser conocido, transformado y dominado. Sí, momentáneamente el sujeto puede experimentar una pérdida o un fracaso, pero sólo hasta que llegue el remedio adecuado. Que no se disponga de él ahora no importa, se le espera en el futuro. El terreno del malestar será conquistado, será vencido por los avances de las neurociencias que proveerán de objetos que encajarán perfectamente en toda falta (1).

Este discurso desconoce que aboca a lo peor porque, estando en el lenguaje, siempre se pierde algo y, por tanto, inevitablemente aparecerá el resto, lo que no puede ser transformado, conocido, dominado. Retornará en lo real.

Ahora bien, si el discurso de las neurociencias niega la pérdida mientras sostenemos que, en realidad, siempre hay una pérdida, ¿dónde se localiza en la actualidad?: hoy la pérdida es el sujeto. Así se dice que el fracaso de fórmulas y fármacos no es debido a deficiencias en los mismos. Lo vemos en los dispositivos asistenciales: se acusa a Soledad, deprimida, porque no sale a pasear  como se le ha aconsejado. Se acusa a Dolores porque no toma la medicación prescrita. Se acusa a Angustias que respondió con agresividad al pedido de esperar pacíficamente.

Cuando la ciencia no tiene respuesta, cuando debe resignarse a no tener un objeto para resolver, entonces lanza la respuesta definitiva, la que condena al estatuto de resto que a ella no concierne: cada uno de esos hombres y mujeres o bien se equivoca o bien no quiere estar mejor por simple mala voluntad o desidia. A cargo de cada uno, dejando a cada sujeto solo con su mal, destruido todo lazo.

El discurso analítico recoge el guante de la transferencia que late en cada demanda, a partir del que la pérdida se reintroduce y apacigua. Ofrece elevar a la dignidad de un síntoma eso que empuja al cuerpo y toma formas diversas que molestan al funcionamiento. El nada que ver lo hacemos existir  cuando aceptamos acompañar la pérdida, cuando aceptamos acoger el modo en que se intentó resolverla, cuando no retrocedemos ante su fracaso.

El marido de Soledad había sufrido una hemiplejia y la pérdida del habla, ya no sería más aquel galán que había ido a buscarla a casa de su padre hace cincuenta años; Dolores había sido diagnosticada de una enfermedad incurable; Angustias acababa de saber del fallecimiento de su marido en urgencias y no sabía por qué él no pidió que la llamasen cuando supo que iba a morir. El psicoanalista renuncia al poder de saber qué significa todo esto, escucha, espera.

Bajo transferencia, uno por uno, nuestros pacientes pueden encontrar  su imposible relación y contrariar la respuesta cerebral a la que se les ha reducido. La nuestra es una apuesta epistémica, pero primero clínica y ética cuando podemos recoger de otro modo ese malestar.

  1. Haciendo pasar por demostrado lo que es un axioma. Sobre esta cuestión es esclarecedor el texto de Jacques-Alain Miller “Néuro-, le nouveau réel” en Revue La Cause du Désir. Núm. 98. Marzo, 2018. Págs. 111-121

 

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